8 abr 2012

Sacerdote “a la carta”


(el P. Josep Rovira desde Roma en ciudadredonda.org)

El filósofo griego Platón (428-348 aC) se quejaba de que nunca sopla viento favorable para quien no quiere navegar; como no hay nunca pruebas bastante seguras para quien no quiere creer. (¿Recuerdan las palabras del Señor en la parábola del rico malo y el pobre Lázaro: Lc 16,19-31?). Esta sensación me han causado dos textos que leí hace unos días, a propósito del sacerdote.

El primer texto decía:
    Cura a la carta
  • un sacerdote da de comer a una familia…, no es noticia;
  • un sacerdote salva una vida…, no es noticia;
  • un sacerdote consuela a una persona…, no es noticia;
  • un sacerdote se consuma en una cárcel bajo un régimen político dictatorial…, no es noticia;
  • un sacerdote se priva de su vida para darla a los demás…, no es noticia;
  • un sacerdote se equivoca…, se le crucifica, juzga, se ríen de él, le señalan con el dedo…, porque es sacerdote.
¡Es verdad! Pero, al Maestro le sucedió que acabó en la cruz incluso sin haber cometido ciertos errores; simplemente, porque había hecho lo que se dice en las cinco primeras líneas de aquel texto.
El segundo texto comentaba que hay parroquias que tienen tal vez diez mil feligreses y un sacerdote. Y es curioso, todos opinan sobre ese sacerdote, más discutido que un penalti en un partido de copa. Es el blanco de todas las miradas, opiniones y juicios; en una palabra, de todas las imaginaciones y gustos. Si es gordo, lo critican; si es flanco, también. Si es viejo, lo quieren joven; si es joven, lo quieren de más experiencia. Si es feo, no les agrada; si es guapo, es una lástima y un desperdicio. Si es negro, lo quieren blanco. Si es muy simpático, lo critican; si es antipático, también. Si fuma, es un vicioso; si no fuma, no es hombre y no está “en onda”. Si canta mal, sobra tema para los comentarios; si canta muy bien, es vanidoso, sólo sabe cantar. Si es dócil, lo quieren de más carácter; si es tranquilo, lo quieren más agresivo; si es muy generoso, lo quieren medido. Si es muy activo, lo quieren más calmado; si sale a la calle, lo critican porque nunca está en la Iglesia; si no sale, lo critican porque es un solitario. Si va con los pobres, se quejan los ricos; si va con los ricos, se quejan y lo desprecian los pobres. Si trata más a los hombres, se quejan las mujeres; si trata más a las mujeres, es objeto de críticas por parte de los hombres. Si da preferencia a los niños, hablan mal los mayores. Si toca algún instrumento musical, es un disipado y liberal. Si habla de justicia social, es un cura comunista. Si habla del Evangelio, es un “beato santurrón”. Si practica el fútbol y va a fiestas, pierde el tiempo; si nunca practica un deporte ni va a fiestas, es un antisocial…
También esto me recuerda un pasaje del Evangelio en que Cristo se hace eco de algunos comentarios de la gente que le rodea: “… Vino Juan (el Bautista), que ni comía ni bebía, y dicen: «Demonio tiene». Vino el Hijo del hombre, que come y bene, y dicen: «Ahí tenéis un comilón y un borracho, amigo de publicanos y pecadores»…” (Mt 11,18-19).
El segundo texto acababa preguntando al lector: “¡Y Usted, ¿cómo lo quiere…?!”; como si se pudiera escoger “a la carta” el tipo de cura que a uno le gusta… Les voy a decir cómo lo quiero yo que –dicho sea de paso- soy cura también…; y, por lo tanto, tengo parte interesada en el asunto.
El sacerdote tiene que ser (¡es!) hermano de todos, amigo de quienes lo desean, padre cuando conviene… Alguien que considera única, irrepetible, inconfundible, toda persona que se le acerca. De él espero, ante todo, que sea humano: cordial, sencillo y competente en su “materia”; sin una gran humanidad, lo demás quedará construído sobre la arena. En la tierra de la humanidad podrá encontrar y acoger a cualquiera, grande o pequeño, creyente o indiferente, santo o pecador. En segundo lugar (¡y no porque sea menos importante!), evidentemente, espero que sea espiritual, un hombre de Dios; pero, con una espiritualidad profunda, sencilla y sincera, encarnada en la vida concreta. Que no me venga con grandes discusiones teológicas, ni filigranas canónicas, ni “problemas clericales”… Y, como virtudes, en primer lugar, la humildad y la misericordia; la capacidad de comprender y animar mi debilidad; un optimista realista, o si se prefiere, un realista optimista: con los pies bien arraigados en la tierra y la mirada alta, contemplando el horizonte. Porque vivimos en este mundo, fantástico y contradictorio, empapado de bondad y fragilidad, pecado y santidad…, y no en otro; y porque nuestra esperanza es Cristo (1Tim 1,1), y donde abunda el pecado (o quizás sería muchas veces mejor hablar de fragilidad humana), sobreabunda la gracia (Rom 5,20). En fin, dentro de lo posible (porque también el sacerdote es un hombre, y no un ángel ni una piedra), que sea imagen de Aquél que era manso y humilde de corazón (Mt 11,28-29) y tenía compasión de la gente (textualmente: se le revolvían las entrañas ante las multitudes porque eran “como ovejas sin pastor”: Mt 9,36; 14,14; 20,34; Lc 7,13; 15). Uno que tiene muy presente que “tendrá un juicio sin misericordia el que no tuvo misericordia; la misericordia se siente superior al juicio” (St 2, 13). Uno que camina junto a los demás ofreciendo una mano a quien quiera recogerla (su vida, sus posibilidades humanas, espirituales…). Consciente de que ha sido tomado de entre los hombres para ser constituído en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios; capaz de comprender a ignorantes y extraviados, porque también él está envuelto en flaqueza (Heb 5,1-3). La conciencia de sus propios límites le ayudará a comprender los de los demás. Si el Señor le escogió no fue porque lo vió perfecto (aunque se esfuerce –como debe- por mejorarse), sino porque le pareció disponible… Además, si tiene que lavar los pies de los demás (Jn 13, 2-17) y ser el servidor de todos, como Cristo (Mt 20, 25-28), no puede colocarse por encima, más arriba de los otros…
Finalmente, debido a todo ello, no pretenda que nunca será objeto de comentarios negativos: ¡es imposible evitarlos del todo, haga lo que haga! Más bien, aproveche las posibles críticas como estímulo y trampolín. Decía el filósofo Kant (en la “Crítica de la razón pura”, 1724-1804): “La paloma cree que si no fuera por el aire le sería más fácil volar, no dándose cuenta de que si no fuera por el aire no podría volar…”.
¡Qué vocación tan grande y peculiar es la del sacerdote! Comprendo que a quien no la vive le resulte muchas veces difícil de entender…

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