En este tema, el caballito de batalla es el texto de Mateo 23,8-10, que en la versión católica de la Biblia de Jerusalén dice: Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar “Rabbí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo. Ni tampoco os dejéis llamar “Directores”, porque uno solo es vuestro Director: el Cristo.
La versión griega reporta el vocablo hebreo “Rabbí” y luego lo traduce por “didáskalos” (= doctor o maestro), y también (versículo 10) “kathêgêtês” (preceptor, el que muestra la vía, o maestro); el término “patêr, patrós” no exige explicación pues suena casi igual en latín (pater) y en las lenguas derivadas (como en castellano, padre).
Algunos protestantes usan este texto para atacar a los católicos por llamar “padre” al sacerdote. Esto demostraría la mala fe de los católicos que no cumplen lo que manda la Biblia. Pero si se ve bien el texto dice materialmente (o sea, literalmente) que no se debe llamar a nadie ni padre, ni maestro, ni director, ni doctor. Además, Jesús no hace ninguna aclaración respecto del contexto en que deben o no deben usarse estas palabras; por tanto, no solamente quedarían excluidas de su aplicación al sacerdote sino también respecto del hijo que quiere llamar “padre” o “papá” a quien le ha dado vida, del alumno que quiere llamar “maestro”, o “director” (y no habría que excluir el término “profesor”, “instructor”, etc., porque son sinónimos de éstos), a quienes le enseñan en la escuela, en la universidad, etc.
Evidentemente, se está sacando de contexto estas palabras del Señor. Y esto lo podemos ver en cuanto la misma Biblia usa el término “padre”, aplicándolo a los seres humanos que son padres biológicos, y en otros sentidos derivados.
El uso legítimo del calificativo “padre” aplicado a nuestros padres biológicos, lo podemos observar en los mismos preceptos bíblicos que nos ordenan honrarlos: Honra a tu padre y a tu madre (Lc 18,20); Hijos, obedeced a vuestros padres en el Señor; porque esto es justo (Ef 6,1; ver también: Gn 22,7; Lc 15,11-12, etc.).
Los protestantes dirán que Jesucristo no se refiere a los padres carnales (¿cómo lo saben, pues no está aclarado en el versículo?); sin embargo, también encontramos el uso “espiritual” del término; Eliseo, mientras el profeta Elías era arrebatado por un carro de fuego, clamaba: ¡Padre mío,
padre mío! (2Re 2,12; “My father, my father”, en la versión protestante King James; y “pater, pater” en el texto griego).
Es usado en sentido respetuoso; Jesús pone en boca del rico que es llevado al infierno: Padre Abraham, ten compasión de mí (Lc 16,24). Incluso se usa con los mayores, a pesar de que sean perseguidores nuestros, como por ejemplo, cuando David dice a Saúl (su rey y no su padre biológico) “padre mío” (cf. 1Sam 24,12); y lo mismo se diga de san Esteban cuando lo usa con los ancianos y escribas que lo juzgan y condenan: Él respondió: Hermanos y padres, presten atención (Hech 7,2; y de Esteban se dice en la Biblia que era un hombre lleno de fe y de Espíritu Santo: Hech 6,5, por lo que ha de ser ese mismo Espíritu quien inspira sus palabras).
También es aplicado en la Biblia para quien tiene cuidado material sobre los demás, aunque no tenga ninguna relación de sangre con ellos, como cuando José dice de sí mismo que Dios lo ha constituido “padre” para el Faraón y señor de toda su casa (cf. Gn 45,8; “father to Pharaoh”, traduce la versión King James).
Los mismos apóstoles se consideran “padres” espirituales de sus fieles, por lo que no pueden considerar mal que sean llamados así; ellos, por su parte, llaman hijos a sus hijos, como es lógico; por ejemplo, san Pablo dice a Timoteo: a Timoteo, hijo querido. Gracia, misericordia y paz de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús Señor nuestro (2Tim 1,2; Timoteo es llamado cuatro veces “hijo en la fe”: 1Tim 2 y 18; y 2Tim 1,2 y 2,1), y hablando del esclavo Onésimo dice: Yo, Pablo, ya anciano y ahora preso… te pido un favor para Onésimo, quien ha llegado a ser un hijo mío espiritual (Filemón 10); Juan escribe a sus destinatarios diciéndoles: Hijos míos, es la última hora (1Jn 2,1); Pedro escribe mandando saludos a mi hijo Marcos (cf. 1Pe 5,13). San Pablo, incluso, se gloría (en el buen sentido) de su paternidad: No os escribo estas cosas para avergonzaros, sino más bien para amonestaros como a hijos míos queridos.
Pues aunque hayáis tenido diez mil pedagogos en Cristo, no habéis tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, os engendré en Cristo Jesús (1Co 4,14-15).
De aquí que debamos entender que Nuestro Señor no se refiere a lo que entienden los protestantes al leer el texto de Mt 23,9-10; la intención de Cristo es –como puede entenderse si se leen los versículos siguientes– la condenación de la soberbia, la búsqueda de honores y la instrumentación –como ocurría entre los escribas– del magisterio para vanagloriarse. El uso de la hipérbole (expresión exagerada) es un recurso constante en la Escritura para dar más fuerza a lo que se dice.
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