14 mar 2012

EL SACERDOTE HOY


 EL  SACERDOTE  HOY  
La fe no se basa en razonamientos más o menos fundados en ideologías sino en la experiencia de un estilo de vivir y razonar que se pone al servicio de una Persona que es Jesucristo, él es la máxima autoridad que nos lleva a creer, a esperar y a amar. De ahí que 
la fe es el regalo más grande que hemos recibido en nuestra vida y sin méritos por nuestra parte. Me encontré con Cristo en mi niñez y no sabría decir cómo pudo suceder pero 
sí puedo decir que me llenó el corazón, no puedo decir que fuera una aparición extraña, 
porque no lo fue, pero sí que me encontré con un Amigo invisible pero más perceptible y 
más real que mi propia vida. 
Ha sido el Amigo que nunca me ha fallado y nunca me ha dejado en la estacada sólo y 
abandonado. Incluso en los momentos más frágiles él siempre me alienta y fortalece; en 
los momentos de enfermedad, y han sido varios, ha estado a mi lado aliviándome. 
¿Cómo no voy a creer en Alguien que ha dado la vida por mí? Con él encuentro sentido a 
mi fe y a él le presento a aquellos que aún no creen y le pido para que un día se encuentren con su amor y les llene con el gozo de la amistad de este Amigo que nunca abandona. Dios existe y Alguien me lo ha dicho y me lo ha demostrado con su inmenso amor. 
Este Alguien tiene un nombre: Jesucristo. El amor de Dios es el único que puede convencer puesto que sólo el amor tiene razones que la razón no puede dar por sí misma. 

   Francisco Pérez González, Arzobispo de Pamplona 

LA FE ES EL REGALO MAS GRANDE QUE HEMOS RECIBIDO EN NUESTRA VIDA. 
NOS CORRESPONDE: 
APRECIARLA 
AGRADECERLA Y 
PEDIR CON HUMILDAD A DIOS  
QUE NOS LA AUMENTE 
   
Un  texto de Hugo Wast que vale la pena leer.  . 

Cuando se piensa que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote. Cuando 
se piensa que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe 
alguno de ellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote. 
Cuando se piensa que Nuestro Señor Jesucristo en la Última Cena realizó un milagro 
más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el 
pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote. 
Cuando se piensa en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario, Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el Cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo 
desata Dios. 
Cuando se piensa que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay 
hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora 
que sólo un sacerdote puede realizar. 
Cuando se piensa que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuado eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la Tierra, como si la 
mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se lo dé; y pedirán la absolución de sus culpas y 
no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos. 
Cuando se piensa que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más 
que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede remplazar a 
todos y ninguno puede remplazarlo a él. 
Cuando se piensa que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, 
sino que es Cristo mismo que está allí repitiendo el mayor milagro de Dios. 
Cuando se piensa todo esto, uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales. 
Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal. 
Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se 
reflejaba en las leyes. 
Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar 
una vocación. 
Uno comprende que provocar una apostasía es ser un Judas y vender a Cristo de nuevo. 
Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo 
es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable. 
Uno comprende que más que una iglesia, y más que una escuela, y más que un hospital, 
es un seminario. 
Uno comprende que dar para construir o mantener un seminario es multiplicar los nacimientos del redentor. 
Uno comprende que dar para costear los estudios de un joven seminarista es allanar el 
camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será 
mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del Cielo, pues 
será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo

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