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(©AFP) MONS. ROMERO
Se acerca el tiempo de la beatificación para el obispo asesinado en el altar. Después de años y años de cautelas de parte y verdaderos obstáculos
GIANNI VALENTE
ROMA
Papa Francisco autorizó esta mañana a la Congregración para las Causas de los Santos promulgar el decreto sobre el martirio de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador asesinado “in odium fidei” el 24 de marzo de 1980. La disposición del Papa representa la última etapa en la sorprendente aceleración que ha caracterizado la última parte del camino de Romero hacia los altares: los peritos teólogos del dicasterio vaticano para los santos habían expresado, unánimemente, su visto bueno para la beatificación el pasado 8 de enero. Mientras los obispos y los cardenales de la Congregación manifestaron su aprobación hoy. La confirmación del Papa en relación con la promulgación del decreto estaba prevista para el próximo jueves, pero el Papa decidió reducir los tiempos y firmar inmediatamente. Una decisión que contrasta con las lentitudes, los sabotajes y los obstáculos que acompañaron la causa de beatificación, a pesar de que desde hace tiempo los católicos latinoamericanos lo llamen “San Romero de América”.
La causa de beatificación de Romero llegó a Roma en 1996, después de que en El Salvador hubiera concluido la fase diocesana. Desde entonces, los tiempos se dilataron. A pesar de las cartas con las que el episcopado salvadoreño, superando antiguas divisiones, había comunicado a Roma los votos unánimes para que se reconociera rápidamente el martirio de Romero. Y, a pesar de las numerosas peticiones de los fieles, que esperaban ver beatificado a Romero en el año del jubileo.
En esos años, en Roma, existía una influyente facción de altos prelados que alimentaban resistencias subterráneas a la canonización de Romero. Un episodio notable sucedió al cardenal Francisco Javier Nguyen Van Thuan: justo en el año 2000, mientras predicaba los ejercicios espirituales para la Curia Romana y el Papa, el ya fallecido purpurado vietnamita había recordado a Romero, como uno de los grandes testimonios de fe de nuestros tiempos. Y justamente por ello, al final de las meditaciones, recibió duras recriminaciones por parte de algunos purpurados latinoamericanos, que lo acusaban de haber exaltado frente al Papa a una figura que, según sus opiniones, era controvertida, cuando no «subversiva». Pocos meses después llegó la publicación de las meditaciones de Cuaresma y en ellas no figura el nombre de monseñor Romero, ni siquiera en citas o alusiones fugaces.
Durante mucho tiempo, lo que había justificado el retraso en la causa fue el examen que hizo el ex-Santo Oficio sobre las homilías, el diario y los escritos públicos de mons. Romero. Se pretendía constatar la absoluta conformidad con la doctrina católica. Muchos años y miles y miles de páginas. Y la conclusión fu eque en el magisterio episcopal de Romero no había errores doctrinales.
Durante esos años, quien asumió un papel preponderante en la gestión del expediente Romero fue en particular el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, influyente asesor de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que falleció en 2008. Y por influencia suya, llegaron a la Congregación para las Causas de los Santos algunas disposiciones en contra de la beatificación. Desde entonces no había llegado al mismo dicasterio ninguna indicación que fuera en sentido opuesto y que fuera capaz de desbloquear el curso del proceso, para que pudiera encausar los procedimientos ordinarios del resto de las causas. En mayo de 2007, mientras volaba hacia Brasil para su primer viaje a Latinoamérica, Benedicto XVI respondió a una pregunta sobre el proceso de beatificación de Romero. El Papa respondió con una pequeña apología del obispo asesinado: lo describió como «un gran testimonio de fe» y recordó que su muerte había sido «verdaderamente increíble», frente al altar. No se refirió en esa ocasión a la categoría del martirio, pero dijo que la persona de Romero «es digna de beatificación». Increíblemente, estas palabras pronunciadas por Papa Ratzinger ante las cámaras televisivas y ante varias grabadoras fueron ovlidadas en las versiones oficiales de las transcripciones de la entrevista publicadas en los medios vaticanos.
Según algunos sectores, llevar a Romero a los altares habría significado beatificar la Teología de la Liberación, o, incluso, algunos movimientos populares de inspiración marxista y las guerrillas revolucionarias de los años setenta. Prejuicios confutados desde hace tiempo, gracias a los estudios del historiador Roberto Morozzo della Rocca. Romero era un religioso devoro y atormentado, que conoció la conversión pastoral frente al sufrimiento dramático que sufría el pueblo en los años de la dictadura y de los escuadrones de la muerte.
La aceleración que se ha verificado bajo el Pontificado de Papa Bergoglio anula todas las cautelas y resistencias alimentadas por prejuicios de orden político. Romero, el Romero verdadero, no era un agitador o seguidor de nuevas teorías políticas. Incluso sus textos y discursos más “radicales”, cuando desde el púlpito decía los nombres y apellidos de quienes oprimían al pueblo, surgían de esa pasión por la suerte de los pobres, que es elemento ineludible de la Tradición de la Iglesia.
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