en el polvo virgen del camino,
Jesús, has pasado dejando tu pisada en la arena
y sin decirte ¿por qué? unos hombre te han seguido.
No llevas nada. La alforja la has dejado en casa.
Ya no tienes casa.
No llevas nada, los dineros no pesan en tu bolso.
Una túnica para el viento y para la lluvia,
para el frío de la noche y el calor de la mañana.
Vas sin cosas, peregrino,
caminante cual romero,
vas llevando en la luz de tus ojos siempre abiertos,
y en la fuerza siempre viva de tu Palabra,
vas llevando tu camino, - eres Camino-
y vas llamando a seguirte, seguirte, seguirte solo,
sin llevarse apenas nada.
¿Dónde vas y dónde quieres
llegar cada tarde entre dos luces,
cansado de andar y andar, hecho camino de esperanza?
¿Quién te sigue, quién se atreve
a poner su pie desnudo en tu pisada
siempre en marcha?
¿Por qué llevas sólo amor?
¿Por qué llevas paz y gracia?
¿Por qué sabes que la luz de las estrellas
son tu tienda en la noche que te aguarda?
Caminante, de corazón pobre y libre,
hecho tienda abierta en tu llamada.
Caminante, alzando siempre la vida,
como vuelo sobre el agua de unas alas
que buscan la perfección en la altura
y dejan sola la playa.
La ciudad de asfalto es dura, Señor del camino al alba;
la ciudad no hace caminos
porque está hecha pisadas
de unos hombres que no buscan,
que no escuchan,
porque el alma se ha hecho sorda en el dinero
y la muerte se ha agarrado a sus entrañas.
La ciudad no es tu camino,
es dura para posar tu sandalia.
Te gusta dejar al paso
la huella de tu pisada.
Te gusta que el hombre pise el polvo
que el viento arranca;
te gusta que el hombre oiga
el canto desde la rama
del pajarillo que el Padre
alimenta cada mañana.
La ciudad no es tu camino
que los lirios y las flores y amapolas
tiemblan entre trigales,
o mirándose en el arroyo,
o esperando en la vera del camino
tu paso desde el alba hasta la noche estrellada.
Señor de los caminos que buscan llegar.
Señor de los caminos abiertos entre los campos que gritan libertad.
Señor de los caminos que arrancan al hombre de lo seguro, de los suyos, de sus cosas, de sus casas,
y los lanza a seguir tu paso hecho sendero estrecho.
A seguirte donde quiere que vayas.
Señor, si el camino es largo,
si la sed y el sol abrasa,
si el polvo se agarra y ensucia,
Tú, Señor, eres el vaso fresco de agua.
Arranca, arráncame de las cosas,
que mi corazón aún guarda
una gaviota que quiere
abrir sobre el mar sus alas.
(Luis Emilio Mazariegos, Parábola de unas Alas)
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