8 ene 2012

EL INFIERNO



¿Existe el infierno? Por supuesto que sí. Dios mismo, que tanto nos ama, nos habla de él. Sin embargo, hay personas que piensan que si Dios es amor y si Dios es padre, no puede existir el castigo del Infierno. Esas personas están profundamente equivocadas. Dios es Padre misericordioso, pero también es justo. Dios nos ha hecho libres y por tanto, si una persona no quiere saber nada de Dios y no quiere cumplir sus mandamientos, Dios no es culpable de su perdición. Si uno se encierra en una habitación y no deja que entre la luz del sol, ¿quién tiene la culpa de que esa habitación esté a oscuras? Dios está deseando que nos acojamos a su misericordia, pero si un pecador rechaza voluntariamente la misericordia de Dios, él y sólo él es el culpable de su condenación.

La existencia del infierno es un dogma de fe, es decir, una verdad de fe proclamada solemnemente por el Magisterio de la Iglesia como perteneciente a la Revelación, y por tanto irreformable. Además, la fe claramente nos dice que "las almas de los que mueren en estado de pecado mortal van al infierno".


Los católicos no debemos basar nuestra buena conducta en el temor al infierno, sino en el amor a Dios. Sin embargo, es conveniente recordar que hay un castigo justo. El temor nos debe ayudar a evitar aquello que nos causa daño. En momentos de debilidad y ceguera, cuando acecha la tentación, pensar en el infierno es conveniente y provechoso. 

Mucha gente vive como si no existiera el infierno y no les interesa que se hable de él. Ellos dicen que nadie ha venido del otro mundo para mostrarnos la existencia del infierno, pero están equivocados, ya que el propio Jesucristo vino al mundo y nos habló de él. Jesús llama al infierno "gehenna", palabra aramea que se refiere al valle del Hinnon, situado al sur de Jerusalén. Era un vertedero de desechos de la ciudad y el fuego que allí ardía y los gusanos de la basura, vinieron a ser símbolos de los tormentos eternos. En el evangelio podemos leer las siguientes referencias de Jesús hablando del infierno: Lo llama "gehenna de fuego" (Mt. 5,22) "gehenna donde el gusano no muere ni el fuego se extingue" (Mc. 9, 46-47); "fuego eterno" (Mt. 25,41); "fuego inextinguible" (Mt. 3,12; Mc 9,42); "horno de fuego" (Mt. 13,42); "suplicio eterno" (Mt. 25,46)... Allí hay tinieblas (Mt. 8,12; Mt 22,13, Mt. 25,30), "aullidos y rechinar de dientes" (Mt. 13,42, Lc. 13,28).

No perdamos de vista además, que el infierno es nada menos que eterno, no hay vuelta atrás posible.

Es bueno recordar en este momento la escena del rico Epulón, contada por Jesús a los fariseos: había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo, y cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio, llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros acercándose le lamían sus llagas. Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán; murió también el rico y fue sepultado. Estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando sus ojos vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno; y gritando, dijo: Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en estas llamas. Contestó Abrahán: Hijo, acuérdate de que tú recibiste bienes durante tu vida y Lázaro, en cambio, males; ahora, pues, aquí él es consolado y tú atormentado. Además de todo esto, entre vosotros y nosotros hay interpuesto un gran abismo, de modo que los que quieren atravesar de aquí a vosotros, no pueden; ni pueden pasar de ahí a nosotros. Y dijo: Te ruego entonces, padre, que le envíes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos, para que les advierta y no vengan también a este lugar de tormentos. Pero replicó Abrahán: Tienen a Moisés y a los Profetas. ¡Que los oigan! El dijo: No, padre Abrahán; pero si alguno de entre los muertos va a ellos, se convertirán. Y les dijo: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se convencerán aunque uno de los muertos resucite"(Lc 16, 19-31).

En la actualidad, Dios podría decir algo así como "Ahí tenéis las palabras del Papa, de los obispos, de vuestros sacerdotes, que os hablan en mi nombre. Si a ellos no les hacéis caso, es inútil que resucite a un muerto para avisaros de que hay infierno y que a él podéis ir, porque no haréis caso.

Javier López
Web Católico de Javier

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