Si
no deseas perecer como vagabundo por haber perdido las referencias
y la dirección del
camino.
Si no deseas ser
indigente, menesteroso de amor y de paz profunda.
Si no quieres que te
invada el sentimiento de vacío y de ausencia.
Acoge la luz de
la Palabra de
Dios que viene en tu ayuda y se convierte en horizonte de sentido.
Contempla el
resplandor que nace de lo alto, déjale que inunde tu corazón.
Pronuncia el nombre de
quien sabes que te ama: ¡Jesús!
Adora, a quien se te
muestra en brazos de su Madre, y se deja querer por los humanos, mas es Dios
El nombre de Jesús es
el único que nos trae la salvación definitiva. Él se ha hecho uno de
nosotros.
Él quiere habitar en
nuestro mismo interior y sentarse a la misma mesa de nuestra existencia.
Hoy, gracias a la
naturaleza humana del Hijo de Dios, también nosotros podemos entrar en el
misterio de la divinidad. Por el nacido en Belén llevamos la semejanza del Hijo
de María. Somos resplandor de la gloria de Dios.
Tú puedes ser luz, y
estrella, referencia e indicación de la dirección acertada, la que conduce a los
brazos de María, como lo hicieron los Magos.
“Jesucristo es el
mismo ayer, hoy y siempre” (Hb 13, 8). Él se prolonga en la maravilla de la
creación, fruto de su Palabra, en cada rostro humano, sacramento de su
humanidad, en los que lo invocan reunidos en su nombre, y con su presencia
invisible, en la
Eucaristía , pan partido y lema de vida.
Hoy resplandece para
todo los pueblos la salvación de Dios.
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